Hace tiempo que no escribo una entrada/desahogo, con mis dudas y mis reflexiones en voz alta y desde hace unos días tengo una que no para de rondarme la cabeza. Se trata del problema de los "cómo no..":
- Cómo no voy a tratarle si es tan joven.
- Cómo no voy a ofrecerle esa pequeña posibilidad que tiene si nadie más le ha ofrecido nada.
- Cómo no voy a tratarle si le han dicho que mi tratamiento puede ser la "panacea" que resuelva todos sus males (por improbable, por no decir imposible, que éso sea en algunos casos que vienen confiados en que nosotros seremos los que le curaremos).
- Cómo no voy a darle esa oportunidad que me está pidiendo a gritos.
- Cómo no voy a intentarlo por difícil que me parezca y por riesgos de efectos secundarios que tenga si el paciente los asume y haría lo que fuera por intentarlo, por saber que ha agotado todos sus cartuchos y luchado hasta el final.
Que siempre van seguidos de un "y si...":
- Y si le trato y va bien, ¡incluso se cura!
- Y si, por el contrario, le trato y va mal, se complica y no consigo nada positivo más allá de la toxicidad asociada, pararlo antes de tiempo...
- Y si, incluso, lo único que consigo es empeorarle la calidad de vida.
- Y si digo que no, le explico todo orientando al no (es decir, recalco más los efectos secundarios posibles y me muestro más reacia al tratamiento), el paciente acaba prefiriendo dejarlo como está y realmente podría encontrarse entre quienes habrían ido bien, entre esos casos complicados que, hasta o se curan o al menos consiguen tener una larga supervivencia con una buena calidad de vida.
- Y si simplemente asumo lo que me dice quien me lo deriva, que está convencido de que la radioterapia es "La Opción" y, tras explicarle los efectos secundarios y el tratamiento por encima, sin plantear todas las posibilidades ni dedicar más tiempo del necesario, trato al paciente y " que sea lo que Dios quiera, aquí paz y después gloria". Yo hago lo correcto, el paciente lo acepta y ni comeduras de coco, ni dudas, ni malos ratos, ni reflexiones de más en casa que no me llevan a más que agobiarme. Pero esta opción a día de hoy sólo me la planteo cuando lo paso mal y, ni aún así, consigo hacerla. Realmente espero no hacerla nunca, aunque también me planteo que el cuerpo tiene un límite y pasarlo mal o agobiarse mucho al final no se puede llevar por tu propia salud.
Últimamente me estoy teniendo estas dudas con algunos de mis pacientes que, como digo, son complicados. Hay veces que, si existen dos posibilidades de tratamiento, como es lógico, elijo la menos tóxica, más llevadera y, si puede ser, más cómoda (lo cual, teniendo que ir al servicio de radioterapia cada día de tratamiento, aunque sólo sean 10 - 15 minutos al día, procuro que sea lo más corta posible). Otras esa opción no existe y, si decido tratar le doy una dosis alta y a un fraccionamiento convencional (con un tratamiento más largo), porque si se trata tiene que tratarse así o si no no conseguiré absolutamente nada. Por ejemplo: si decido reirradiar a un paciente tratado con anterioridad, que no responde a la quimioterapia, es inoperable y en esa zona no recibió una dosis considerada "radical" (curativa) en su día, le doy la dosis radical que necesitaría para curarse y me permiten los órganos de riesgo que están alrededor (y también recibieron radioterapia con anterioridad).
Pero, como me planteaba antes, hay veces que, tras valorar todos los pros y los contras con el paciente, decidimos intentarlo siendo optimistas y luchadores y acaba yendo mal, con algún efecto secundario importante, un mal resultado y el subsiguiente "¿Y si no le hubiera tratado? Ahora, seguramente, estaría mejor, ¿por qué lo hice?" acompañado de un gran sentimiento de culpabilidad. Porque claro que hay veces que es mejor valorar las opciones de forma conjunta y decidir que lo mejor es no hacer nada. Pero, si son jóvenes, luchadores... si quieren intentar lo que sea... ¿quién soy yo para quitarles esa pequeña esperanza que tienen?
¡Uf! A día de hoy no tengo las respuestas para todas estas cuestiones y no puedo evitar preguntarme si lo estaré haciendo bien. Imagino que la experiencia es un grado y acabará siendo la que me ayude a decidir de la forma más natural posible, pero ese momento de decir a una persona joven y luchadora que no merece la pena intentarlo, ¿llegará? y más aún, ¿quiero que llegue?. Porque yo no puedo dejar de pensar que: y si sale bien, ¿por qué no puede ser así?